A Cúcuta llegan promesas, no decisiones: Monseñor Vidal


Monseñor Julio César Vidal, obispo de Cúcuta, dice, tres años después de dejar Córdoba, que lo mandaron para la frontera porque le vieron los callos de las manos. Se ríe. Revela que lleva meses preparando una reunión fronteriza con todos los obispos de Colombia y de Venezuela, pero que no la ha hecho porque no quiere que crean que está preparando un golpe de Estado.
En su oficina en Cúcuta y con acento costeño para decir sus vainas más solemnes, monseñor Vidal le pone orden a la entrevista y dice que quiere hablar de Cúcuta, de Venezuela, de los deportados, de su Córdoba. El prelado, que tuvo un rol protagónico en su región en la búsqueda de la paz con los paramilitares, dice que desde que llegó a Norte de Santander no se ha reunido con ningún grupo armado al margen de la ley.
Monseñor, ¿Cúcuta es una frontera caliente?
“Cúcuta ha tenido más relación con Venezuela que con el interior del país. De tal manera que es una frontera muy movida donde muchos cucuteños tienen familia en Venezuela. Los estudiantes de allá vienen acá. He pensado que Cúcuta es como las aves, no tiene fronteras. Eso hace que la crisis, en cualquiera de las dos naciones, repercuta inmediatamente aquí. A eso se le suma el problema del narcotráfico, como es una frontera tan movida, pues claro, el narcotráfico la utiliza muchísimo y eso crea problemas de violencia. En el Catatumbo están las Farc, el Eln, el Epl y ese es otro motivo de desestabilización de la región y de Cúcuta”.
¿Qué grupos armados están en Cúcuta?
“Aquí están todas las bandas criminales. Están los Rastrojos, los Urabeños, los Paisas y las Águilas Negras. Todos esos grupos están aquí y se pelean las rutas del narcotráfico y del contrabando”.
El cierre de frontera ha sido visto, en general bien, pero se ha dicho que las grandes rutas del contrabando siguen abiertas...
“Claro. Claro. El cierre de la frontera le crea un conflicto a la gente sencilla, a la gente pobre, que ahora como está el Bolívar devaluado frente al peso, entonces la gente se va a comprar a San Antonio con el agravante del desabastecimiento en Venezuela. Ahora, ir a comprar a San Antonio es desabastecer, es ir a quitarles. Eso ha traído el gran problema de gente presa, de personas a las que han metido a la cárcel por 30.000 pesos, por un mercado. Era un intercambio al que se estaba acostumbrado. Esa situación ha repercutido en el comercio aquí, son muchos los locales comerciales que han cerrado porque ya el venezolano no puede venir a comprar acá”.
Pero monseñor, los cucuteños ya no van a San Antonio y deben comprar aquí, eso debe ayudar, ¿no cree?
“Eso se vio en Navidad. Los supermercados y los centros comerciales estaban llenos porque no se podía ir a otra parte. Esto ha traído, sin embargo, como asunto positivo, que los comerciantes, la poca industria que hay, deje de mirar solo hacia Venezuela y comience a mirar otra ruta, que busquen más al interior y a la Costa. Cúcuta debe buscar soluciones propias, no dependientes de Venezuela”.
¿Qué ha hecho el Gobierno Nacional por Cúcuta?
“Ha habido foros, vienen ministros, el presidente... pero creo que ha sido muy poco, no ha habido una respuesta aterrizada y de salidas para esta problemática de Cúcuta y de toda el área metropolitana y de Norte de Santander. Creo que no ha habido realmente una política concreta para buscarle la verdadera solución. Se han hecho muchas propuestas, yo he estado en varios de estos foros, los he organizado con las universidades, hemos estado ahí.
A Cúcuta vienen las promesas, pero no vienen las decisiones de fondo. Sé que aquí han pedido una zona franca, que se disminuya el IVA... varias propuestas se han hecho, pero no han tenido la respuesta necesaria. Así que creo que el Gobierno central está en deuda con Cúcuta en buscar una solución objetiva y adecuada a la situación que se vive aquí”.
¿Hoy los cucuteños cómo ven a Venezuela? ¿Tienen miedo?
“Podríamos decir que sí. Ya dicen cosas como: ‘yo ya no voy allá’. Al cucuteño le da miedo ir a allá (Venezuela). Porque lo pueden tratar mal y de hecho a veces los tratan mal, la guardia los esculca demasiado... y eso crea una barrera que hace sufrir tanto al colombiano como al venezolano”.
¿Cómo ve la deportación de colombianos desde Caracas?
“Con el problema interno de Venezuela, que es complejo y es muy serio, por el cual oramos, se está tomando la actitud de expulsar a toda esa gente que en un momento llegó a ese país... y ahora que ya tienen esposas e hijos allá y como no tienen todos los papeles en regla, los deportan. Entre enero y febrero más de 200 colombianos han pasado por aquí”.
¿En qué condiciones llegan?
“¡Sin nada! ¡Sin nada! Llegan para darles desayuno, almuerzo y cena y para darles dormida y para darles todo, todo, porque llegan sin nada, sin nada. Es así: los apresan, los montan en un bus y los ponen aquí en la frontera”.
¿Son cucuteños o hay de otras partes del país?
“¡De todas partes de Colombia! Inclusive han llegado de otros países, hay ecuatorianos y peruanos”.
En estos tres años que usted lleva aquí, ¿es la primera vez que ve algo así?
“Sí, sí, sí. Yo no había visto esto antes. También pensamos que desde la Cancillería debe ponerse mucha más atención a todo este tratamiento con los colombianos que son expulsados desde Venezuela”.
Es compleja esa situación...
“Claro, les crea una situación de vida completamente difícil. Te repito, debemos brindarles el desayuno, el almuerzo, la cena... y la dormida. Mientras ellos miran para dónde cogen. Hay otro problema sobre el cual el cucuteño está reaccionando y es que se están viniendo venezolanos a trabajar aquí por lo que les den. Por poner un ejemplo, si aquí en Cúcuta pagan 15.000 pesos diarios, ellos se emplean por 7.000 y naturalmente es una competencia desleal para el cucuteño”.
¿Cómo son sus relaciones con la Iglesia venezolana? ¿Puede ir a dar misa allá?
“Bien. Sí, sí puedo ir, pero debo avisarle a mi colega de San Cristóbal. Inclusive, por la situación, está detenido un proyecto que tenemos de reunirnos todos los obispos de Colombia desde La Guajira hasta Arauca y desde Maracaibo hasta Apure para revisar temas pastorales y ver cómo atendemos la situación. Estoy encargado, precisamente, de motivar esta reunión. Ya hablé con los obispos. No hay fecha. Lo otro es que uno no sabe cómo van a ver esto. Cualquier cosa que se hace en Venezuela donde interviene Colombia se ve con cierto recelo y no quiero que vayan a interpretar que estamos preparando un golpe de Estado. Sí vemos la necesidad de que los obispos fronterizos nos reunamos para tomar decisiones que favorezcan a la comunidad”.
Monseñor, ¿cuáles son las necesidades de Cúcuta?
“Cúcuta necesita mucha paz. Esa es la principal. Hasta hace dos años, Cúcuta era la tercera ciudad más violenta del país y está en el listado de las 50 más violentas del mundo. Iniciamos una campaña con la Alcaldía y con la Policía que no ha dado buenos resultados. En diciembre del año pasado me invitó la Policía para celebrar que habían evitado 100 muertes entre 2013 y 2014, es un paso positivo. Pero claro, por el narcotráfico y por toda la presencia de contrabando, se crea mucha inestabilidad y se vincula a mucha gente en esta manera de vivir porque no hay industrias, no hay fuentes de empleo. Todos estos jóvenes que van saliendo del colegio son presa fácil para que las bandas los vinculen. Cúcuta tiene muchos desempleados, por eso es que usted ve las calles llenas de ventas informales por todos lados. Esa ha sido una lucha con el alcalde, pero creo que será muy difícil porque sino la gente se muere de hambre”.
¿Hay barrios a los que no se pueda entrar?
“Hay barrios peligrosos. Yo voy por todos los barrios de Cúcuta y me reciben muy bien. Hay barrios peligrosos. Hemos comenzado con la Alcaldía otro programa de ir a las escuelas para darles a los jóvenes un material, con un programa que que llamamos ‘Jóvenes Artífices de una nueva sociedad’. Yo le dije al alcalde que quería ayudarlo con la formación del futuro cucuteño y pedí que en las escuelas se dicten valores”.
¿Aquí en Cúcuta ha tenido algún acercamiento con las bandas?
“Tuve, en el momento no. Ya saben ustedes que estuve dos años y medio conversando, en Córdoba, con las cuatro bandas y ellos me dijeron: ‘monseñor, nosotros queremos entregarnos, queremos entregar armas, queremos entregar rutas y queremos entregar cultivos’. Y también me dijeron que no querían que Colombia se vuelva otro México. Esas bandas me demostraron que era verdad. Eso nadie me lo creía, yo no tuve el apoyo de la Gobernación de Córdoba ni de la Alcalde de Montería. A ellos (a las bandas) les dije que los llevaba hasta que el presidente Santos les abriera la puerta y Santos me dijo que se iba a reunir con los abogados de ellos, pero me cambiaron y dejé todo allá. Yo no sé qué pasó. Luego me escribieron una carta en la que me decían: ‘allá también estamos’”.
¿Y aquí no se ha reunido con ninguno?
“No, no. Aquí no. Aquí es más complicado. Aquí todo tiene sal y pimienta. Allá eran grupos más estables, uno sabía qué era Córdoba, que esto y aquello y en fin... pero aquí no. Yo tengo 24 cartas de ellos, yo intenté reunirme dos veces con los jefes, pero falló. Una vez en Cartagena, pero no se pudo. Todo estaba militarizado. Era verdad. Coincidió con una visita del presidente Santos. Y la otra vez que intenté reunirme con ellos fue antes de la Conferencia Episcopal de julio en Bogotá, pero una semana antes, Caracol y RCN me llamaron a preguntarme: ‘¿Es verdad que los Úsuga se van a entregar?’ Yo dije, no, no, suspendan eso. A mi no me creía nadie”.
¿Conserva las cartas?
“Eso está para un libro. En ese libro voy a contar lo que significó todo. Eso fue muy serio. Yo tuve que afrontar todo, unos me insultaban, otros me decían que era un bobo que me estaba dejando utilizar”.
Usted tenía la realidad de Córdoba en la cabeza, pero aquí lo siento un poco frustrado, ¿me equivoco?
“Son dos realidades distintas indudablemente. Yo soy cordobés. Me conozco todo eso, estaba muy relacionado con Antioquia, con Urabá, con Sucre. Cúcuta es mi primera salida fuera de Córdoba. A excepción de cuatro años que estuve en Europa estudiando. En Córdoba me bautizaron, allí hice la primera comunión, allí me confirmaron, me ordenaron sacerdote, allí me ordenaron obispo. Me mandaron primero a Montelíbano, Córdoba, ahí estuve siete años, luego en Montería, allá estuve 10 años. Yo vine a suceder aquí a un gran obispo, monseñorJaime Prieto Amaya (q.e.p.d.) un gran obispo, un gran amigo. Creo que me mandaron para acá porque tenía callos en la manos”.
Pero bajó mucho su perfil...

“Sí, pero no importa. Ya estoy dedicado más a la pastoral, hice lo que tenía que hacer. Quiero decirte otra cosa: si la Iglesia no hubiera estado presente, los paramilitares no se desmovilizan. Al final me quedé solo. Ahora pienso que hay que servirle al país en un aspecto diferente. Y al venir aquí lo estoy haciendo de otra manera, aquí me han recibido muy bien. No tengo sino agradecimientos para esta ciudad y aquí les serviré hasta que el Señor lo disponga con alma, vida y corazón” .


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